viernes, 1 de octubre de 2010

El crimen de un avestruz


Ahí está, con sus ojos grandes,
más grandes que su cerebro
¿qué me ve? ¿Qué le pasa?
¿no podría dejarme en paz?

Su cuello largo, caluroso,
caluroso como estar parado en el desierto a mitad del sol,
sus plumas negras, desesperantes,
que causa una rabia peor que la que sale cuando se frustra una venganza.

Pero su mirada! ella fue la culpable,
esa mirada, fija sobre no se qué,
los minutos son eternos, me estoy desesperando,
muero de calor.

¡¿Por qué no deja de mirar?!
¿Por qué no cierra esos ojos?
Si le he robado los sueños,
le he apagado el calor,
la he matado!

Mi lengua está llena de sangre,
casi, como las manos de un dictador.
El cuarto está llena de plumas negras,
las paredes embadurnadas con pedazos de carne

A pesar de todos mis intentos,
huele, sabe, se siente, ¡Duele!
pero su mirada sigue ahí,
su mirada no se ha ido.

Me estoy enloqueciendo,
tal vez entró a mi, tal vez ahora vive conmigo,
como la sarna en la piel de los perros,

no me queda otra que morir.

Corto uno a uno los dedos de mis pies
para que sufra la desgraciada,
luego arranco uno de mis brazos
para que se retuerza la maldita.

Por último corto mis venas,
para que muera!
poco a poco,
bañándose en dolor!

¡Muere! ¡Quita tu mirada!

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